domingo, 18 de agosto de 2013

TARGO

-Doña Irma baila el tango, así de vieja como la ves. Cuando está sola, canta mientras lava, debajo de la escalera, como Libertad Lamarque. Ella era joven, o quizás niña cuando murió Carlitos. Recuerda el paso de las carrozas por la avenida Corrientes, la tristeza de la gente. Transitó su juventud durante la época dorada y aguantó su pasión más allá de las modas y todo lo que llegó para quedarse. Don Julián también lo bailaba, podía verse a los dos agarrados cara con cara, de punta a punta de la pista y nadie los chocaba. Y nadie se chocaba. Cuando murió Julián, pusieron uno de Troilo. Irma no perdió esa alegría de las abuelas que cantan a los gritos. -“Ya te va a gustar, acordate de lo que te digo” El destino se transforma así, en algo ineludible. Quien nació en ese perímetro mágico de doscientos kilómetros cuadrados no puede escapar. Se lo puede ver como un manchón marrón desde el aire, o como una nebulosa a la distancia y desde un avión. Aquello es Buenos Aires, dice una turista de la fila 4, pero se confunde. Buenos Aires no va más allá que de la General Paz, del Riachuelo, del Río de la Plata. Dentro de ese cerco, únicamente, existen las calles que no se repiten nunca. Las esquinas con la sorpresa al acecho. El tango solo pudo haber salido de esas calles, casas y salones. Y el porteño auténtico gustará del tango aunque lo niegue. -Al fondo del salón y pasando por una serie de pasillos y escaleritas agregadas con los años, hay un paraje olvidado. Una amplia galería de cemento en forma de ele fue escenario de orquestas, parejas y peleas. El público entonces, atravesaba el comedor y se iba a parar al fondo, a esa especie de glorieta levantada en el Boedo de los 40 y 50. Ese era el patio de juegos cuando era chico. Allí se acumulaban ahora las toneladas de cenizas que se descartaban todos los días del horno de la pizzería. Allí quedó mi niñez y los espíritus de vaya a saber qué historias. -D´Arienzo es el rocker del tango. Vargas, según mi papá, el único que podía competirle al Zorzal. Troilo se dormía sobre el bandoneón las noches de domingo en la televisión. Alberto Castillo rozaba el absurdo de lo popular, pero el tiempo le dio la razón. Hugo del Carril era imitado por algunos tíos chistosos, y gorilas. Don Mores es demasiado orquestado, muy ampuloso, pero él hizo Grisel. Don Osvaldo armaba cooperativas con sus músicos aunque ganara plata. A Tita Merello no había con qué darle, tenía la absoluta autoridad de la autosuficiencia y la calle. -Pulso el 1 en la radio, y suenan voces de presentadores ya grandes y que hablan como adolescentes en el recreo. En el 2 del dial, los domingos por la noche pasan jazz. El 3 es para escuchar los éxitos de todos los tiempos, del pop y del rock. El número cuatro es pura pavada, liviano pero divertido. Si quiero música electrónica poso mi dedo en el 6. A veces, manejando el auto paso por el 5 y allí hay tango. También locutores y locutoras que hablan en porteño profundo. Me quedó muchas veces en esa emisora. A veces, pulso los seis numeritos a ver qué hay y desde el asiento trasero, la voz de una niña me dice “5”. -Como nacido y criado en Buenos Aires, tuve la desdicha de ir a vivir a un pueblito del interior por dos interminables años. Una noche estaba apoyado en la vidriera de la confitería, que hacía las veces de terminal de ómnibus. Pasajeros iban y venían. Fui a despedir a alguien y no estaba de humor. En eso vi la nariz del colectivo, que doblaba en la esquina y en el cartelito, el nombre de la ciudad de destino me recordaba de donde soy. Desde los parlantes de la confitería, donde viajeros y pueblerinos miraban pasar el tiempo, sonaba un tango de esos que rebotan en las paredes. Tangos con graves, cantados sin pena. Esa noche tomé una decisión.

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