miércoles, 22 de julio de 2015

ESCRIBIR

Se sienta en el fondo del bar, es domingo por la tarde. El muchacho tiene cara de mal dormido, acomoda el sombrero que lo averguenza en público y comienza a escribir en un cuaderno viejo. Un café pequeño es suficiente para disparar recuerdos e ideas, tan mal no anda. Cuando completa todas las hojas, paga y mira a travès de la ventana. Se pregunta si llevar las páginas a alguna editorial o guardarlo en su baúl indefinidamente. El negocio de los viejos anda bien, la gente del barrio hace cola en busca de precios que los ayuden a llegar a fin de mes. El almacén era del abuelo y ahora, seguramente, será heredado por Sergito cuando los viejos no estén. Tienen casa propia, casa en la costa y están a punto de cambiar el cero kilómetro. Papá corta fiambres a gran velocidad y va encimando fete por feta sobre un papel color gris claro con que las envuelve ponièndole el precio con birome. Por las noches, Sergito asalta el negocio y se roba dos o tres hojas de esas, a espaldas de los viejos. Y sale disparado a su habitación para llenarlos de palabras, oraciones, ideas y cuentos. Sabe que el mostrador no es ni será lo suyo. Mabi está enamorada de un chico dos años mayor que ella. Está a punto de recibirse de bachiller. Tiene tanto para decirle a su enamorado que no sbae cómo. Desconfía de las redes sociales y de esos chats telefónicos gratuitos tan de moda porque cree que las frases pierden fuerza al chocar contra los satélites y las antenas. Una tarde, Mavi dispone de una hoja de carpeta lisa. Comienza por el centro y su texto va dando vueltas como un caracol. A veces, debe achicar las letritas por si no alcanza tan poca hoja para tanto que decirle a su novio. Ya no hay velas ni lamparas de kerosene. Ya no se usan los veladores sobre la mesa de la cocina. Tampoco, las largas horas nocturnas en la biblioteca donde debe haber silencio. El insomio ya no tiene como cura la televisión. Es sólo levantarse, ir hasta el baño y en el trayecto, encender la tecla ON para que la pantalla le devuelva a uno un brillo apagado en la cara y la hoja en blanco. Muchas veces, el método no resulta contra los insomnios. Y ayuda a despertarse aún más. Hasta para eso es bueno ponerse a escribir.

ONDAS DE RADIO

El sonido agudo llega por aire y no se puede percibir con claridad. Albertito vive en el campo, sabe que está aislado de todo pero sus ojos muestran entusiasmo. A la hora de la siesta y mientras todos duermen, se sube al molino de viento arrastrando un alambre que se robó del establo. La radio anda a baterías que a su vez es cargada por el molino al que ahora está trepado. Una vez allá arriba, orienta la punta de la improvisada antenita hacia donde cree que se ubica la gran ciudad. Albertito baja sin hacer ruidos y justo, al viento se le da por mover las aspas a toda velocidad. Y la radio anda, y esos chiflidos que dificultaban la llegada de voces y canciones dan lugar a lo que el chico escucha con ensoñación. “Transmite Radio El Mundo, desde sus estudios de la calle Maipú 555 en la ciudad de Buenos Aires”. Albertito se siente Alberto, no debe estar muy lejos el gentío, piensa, y tras el descubrimiento, su cabeza busca el siguiente objetivo. Se trata del humo negro que a lo lejos corre de oeste a este, y un sonido lejano de fierros y motores. Falta poco, se dice, y palpa sus bolsillos donde una carterita de cuero contiene su pasaporte al progreso. Dieciocho años y la vida por delante. Mamá y la abuela balbucean en la estación mientras Alberto agita sus manos y sus ilusiones por la ventanilla. En la gran ciudad hay miles de millones de antenas y miles de millones de casas altas que las sostienen. Una vieja bandeja de 1916 es mal vendida en una casa de empeños, pero el dinero bien vale para un mes de pensión y la pequeña radio a transistores, de esas que usan los viejos en las canchas. Los sábados y los domingos, mientras hace guardia en la obra en construcción sube por las escaleras desnudas y mira desde las alturas. Ya no vale la pena experimentar con fierritos apuntándole a las ciudades. Ahora está todo ahí nomás, a mano. ¿Cómo puede hacer para meterse dentro de las transmisoras? ¿Habrá muchos cables y gentes? ¿Es cierto que las válvulas son grandes como ollas? El tiempo pasa y los deseos se concretan. Alberto está sentado en una sala que tiene como panorama un vidrio y a través, se ve una mesa con micrófonos. De sus manos depende que las voces y las canciones viajen por el aire y montadas al viento. Desplaza una techa marrón y piensa en los chicos que estarán trepados a los molinos, lejos en el campo.

lunes, 20 de julio de 2015

DIVINA COMEDIA

La crema de vainilla, las tardes de verano, la música que no molesta, la frazada doble en las noches de invierno, la pizza de los sábados, el día del niño, los primeros besos en la boca, aprender a soltar suavemente el embrague, ver salir a un pequeño ser humano se otro ser humano, sentir el viento en la cara en la ruta y en las alturas, la satisfacción del trabajo bien hecho, sentarse a escribir, el amor con respeto, mi ciudad y otras ciudades parecidas, el tipo que te da una mano, el escritor aquel con el que vale la pena sentarse a charlar, el café fuerte y tantas otras cosas. La amenaza, la mano tendida a cambio de algo, la mano que acaricia la cabeza de un chico que será mano de obra, un pariente que no te cierra, una novia pendiente de su familia todo el tiempo, ese coche que no te convencía pero que compraste, la nube al que debe temerse pero que finalmente se aleja, la sensación de que esa reunión no va a repetirse, la conveniencia, la película que compré y que no me dejó nada. El cuero marrón que se va soltando presilla por presilla y va a caer sobre mí, esa tos que nunca para, la mirada para el otro lado del que no se mete, aquellos jóvenes que pensaban igual a uno y que defraudaron, aquellos que se defraudaron, las crisis económicas recurrentes, el terror a… como forma de vida. Seis líneas para el paraíso, cinco para el purgatorio, tres y poco para el infierno. Un balance nada malo.

domingo, 5 de julio de 2015