viernes, 30 de mayo de 2014

CARRETEL

Es cierto, me dormí, tendría que haber actuado antes pero algunos prejuicios me impidieron… pero acá estoy dando batalla, esperando vientos favorables o el guiño del destino. La oportunidad se presenta una vez sola, me decía aquel sereno de garaje en las frías madrugadas de Almagro. Hoy sé que no es así. Dale, aprovechá pibe, usa esa cabezota que tenés, ¿vos sabías qué sólo usamos el diez por ciento del bocho?, me dijo en otra ocasión. Con el tiempo, un neurólogo me desmintió semejante boludez. Y así me la pasé, caminando las calles y calentando sillones con esas máximas estúpidas en la cabeza. Ahora avanzo sin frenos, libre de falsas expectativas, carente de pruritos. Nada es lo suficientemente bueno ni malo. La cuesta es como siempre, ascendente pero trepo igual, confiado y desprejuiciado, con esa la capa de pintura transparente y patinosa que dan los años. Ese qué me importa lo que digan, o cómo me visto, o por lo moderno que soy, o por la música que escucho en la radio del auto. Es que este manifiesto barato me sirve. Porque para escribir libros de autoayuda habiendo vivido mucho hace falta algo más: esa caradurez que me cuesta mostrar. Es madrugada, escucho en lo alto algún pájaro sin sincronía con el amanecer y tecleo fuerte y seguro, para corregir habrá tiempo. Empiezo de cero, que es lo que le ocurre a algunos pocos mortales, pero empiezo. Mis manos van hacia la biblioteca, hojean, y mis ojos ya no le dan tanta importancia a aquel libro marrón. Me doy valor y vuelvo al teclado, y aprovecho esta otra oportunidad, que no es la única. Me dispongo a usar es algo más del diez por ciento del que hablaba el viejo del garaje. Sorbo un café y por un segundo me lamento por el tiempo perdido. Pero queda hilo en el carretel, un piolín largo del que me cuelgo más que nunca. Y del que no estoy dispuesto a descolgarme.

miércoles, 28 de mayo de 2014

AMOR Y PAZ

Fue como un viento fuerte venido desde arriba del mapa, cuando los discos y las radios a válvulas traían otros ritmos. Y es que históricamente, las tendencias se presentaron así: la “onda”, la ropa, el comportamiento, la rebeldía tuvo un mascarón de proa que fue la música. Da risa cuando los ahora veteranos ponen a los Beatles –y a algunos más- como piedra angular de aquel movimiento. Pero fueron pocos, peor es nada, los que se percataron de la génesis y unos pocos viajaron para saber mejor, para explorar los sitios fundacionales. El hipismo no salió espontáneamente de un huevo creativo. En realidad, se venía cocinando desde antes, como todo cambio cultural que se quedan por mucho, mucho tiempo. Para el momento en que las flores comenzaron a multiplicarse estampadas por la mayoría de los rincones del planeta, le movida venía de arrastre, unos diez años o quince.. Un grupo de escritores y exploradores de la vida, hastiados de la bonanza de la posguerra y de la perspectiva de un mundo con fecha de vencimiento vagaron por los caminos del norte buscando un porqué que no encontraban. Según ellos, inconformistas y autodestructivos, no procuraban nada que no fuera placer instantáneo. La generación beat, para quien quiera conocerla, fue el germen de lo que década y media después se propagaría al son de ritmos beats, más livianos que pesados. Fue en un momento oportuno, en coincidencia de una guerra asquerosa del otro lado del mapa. Los beatniks en su momento, no tuvieron la misma suerte, sino a través de sus libros, los poemas gritados a los cuatro vientos, sus entradas a prisión, las drogas realmente pesadas. Todo a costa de endebles físicos de intelectuales de buhardilla. Los hippies ya causaban curiosidad, recuerdo, en una fecha tan lejana como 1982, acá en Buenos Aires. Se veían en grupos, en el festival BaRock y desconcertando a la multitud por sus actos. Cuando un minúsculo grupo de músicos con instrumentos electrónicos subieron al escenario, grupos de hippies se plegaron a otros con ropa mucho más ajustada y oscura. Naranjas chupadas, vasos de plástico, botellas todavía permitidas fueron a dar contra esos chicos que pretendían presenta innovaciones musicales. La sociedad arrastraba intolerancia, frustración, tristeza e inmovilismo como para comprender. No entiendo a ésta altura de la historia cómo se encauzó aquel movimiento, o si aún existen, aunque debo confesar que persisten conductas y formas de ver la existencia en ellos, que me simpatizan y que de buena manera llevaría a la práctica. ¿Qué será un hippie hoy? ¿El matrimonio que veo en el parque corriendo a sus críos, todo alegría y despojo por lo material? ¿Esa chica que va en bici con un pantalón demasiado suelto, vincha y bolsa de tela? ¿El tipo ese que vi en una terminal de Misiones elaborando con sus manos una pieza de orfebrería con un tenedor viejo? ¿La cara de resignación de una madre que supo serlo y al que le salió una hija consumista? Preguntas de un tipo normal, que no entiende qué pasó, pero que comprende que todo puede terminarse. Una lástima, otra vez. La historia veloz y un sistema que encumbra para después, borrar lo que ya no le sirve.

martes, 27 de mayo de 2014

LA NENA

La nena dibuja y se olvida del mundo. Toma su lapicito de color cualquiera, traza rápido, y rápido corre con la hoja y el dibujo a regalárselo a sus padres. Ella vuelve a sentarse en su banqueta y ya puede hacer una casa con humo y chimenea. Alrededor, el noticiero vuelve a contar no sé cuál crimen. Los padres cambian de canal y las noticias son siempre buenas, pero a la nena no le importa, creo. Una sirena se escucha en la avenida, cada vez más fuerte hasta que luego de unos segundos, cada vez más despacio y lejana. Dos gatos se pelean en el techo. “Ato… ato”, dice la nena señalando el afuera para después, volver a sentarse a dibujar. Vecinos discuten y otro escucha música a todo volumen. Menos mal que todavía, la nena puede ignorar el entorno y dirigir su atención a la hoja. Papá pone en marcha el auto, las valijas están cargadas, Mamá al lado, la nena atrás. Pasa el pasto interminable, las vacas por los costados, el sonido de refilón de otros coches, carteles que distraen, paisajes nunca vistos por la criatura. Pero la nena dibuja y pinta. El mar golpea repetidamente la arena, las gaviotas toman carrera como los aviones y levantan vuelo, las sombrillas se inclinan y la nenita en la carpa, ahora hay más colores, pinceles y hojas blancas enormes. Transcurre el tiempo, comienza el colegio, cambian los presidentes, la gente en la calle frunce el ceño, el tránsito está peor, mueren parientes. La nena está grande, o no tanto, pero todo lo registró cuando nosotros de tan ingenuos, creímos lo contrario. La nena hizo mil quinientas obritas desde que agarró el primer lápiz. En mil de ellas, a su manera, hizo una crónica de lo que para nosotros, ella ignoraba.

SATIRICÓN

¿Cómo es posible?, se pregunta el chico que no debe tener más de nueve años. La curiosidad abarca su cabecita llena de prohibiciones, represión y rareza. Esa curiosidad irá en aumento con los años, como le pasa a todos los pibes. La revista entra a la casa de alguna manera y es vista y leída a escondidas en un viejo cachivachero de la azotea, o en la terraza misma a la hora en que la mayoría descansa. Las tapas son blancas, los textos y los dibujos, demasiado para él, demasiado para la época. El nene sube las escaleras, porta y comparte el nuevo número sin preguntarse una vez más, quien es el espía que logra colarlas en esa casa de Almagro. Sabe que su padre sabe, alguna vez lo vio sentado a la mesa, murando y sonriendo. Mamá es más cómplice, porque Mamá lee. Igual, el sopor invade todo, las calles, los negocios, la escuela, las charlas entre parientes y el doble sentido. En cambio, la revista blanca es directa. ¡Ay, no tienen miedo éstos tipos! ¡Los van a meter presos, los van a matar! Dice la vecina con algo de razón. No es a partir de 1976 cuando esas cosas comienzan a ocurrir. El nene esconde el número siguiente de la revista, ahora tiene una pista sobre cómo se consiguen. Mira página tras página y las figuras de sus mujeres, las malas palabras, las burlas a los funcionarios, todo sirve para escapar y hacer funcionar el razonamiento. Un día, el nene se pone a pensar. ¿Por qué tanto esconderse sin en la mesa de luz del tío está lleno de Killing? El diario que trae el viejo todas las tardes, ¿no está lleno de sangre? El nene, con toda lógica, no va a esconder más la revista. Y que pase lo que tenga que pasar.

TEXTITO INSPIRADO

El paisaje fue llano por cientos de kilómetros, así fue hasta quedarnos dormidos. La noche pasó por las ventanillas hasta que el horizonte clareó y después de un rato largo salió el primer rayo. No había qué tomar ni qué comer, pero no importaba otra cosa que estar a cara lavada y ánimo arriba para esperar algún otro paisaje. Se parecía a las pampas, chatas y aburridas, adormecedoras, pero no perdíamos las esperanzas. La mañana pasó por debajo de todas las ruedas del ómnibus y quedó atrás. El hambre se hacía notar. Después de las tres, algo pasó allá adelante y a la vista de nuestros ojos. Una montaña verde con la cima redonda se asomó, y después otra y decenas más. Todo se llenó de celeste y verde furioso, de ganas de vivir. El pecho se infló, como cuando irrumpe el amor. Pero también la ansiedad, de esas que nunca terminan. Pero ese amor era posible, por suerte. O más posible que otros, ya que no hay imposibles. Las montañas redondeadas estaban por todas partes ya, a la izquierda, al oeste, adelante. El ómnibus subió una cuesta empinada y una vez arriba bajo sin parar. Abajo, ríos y lagunas confundidas con morros, gente colorida y alegre, pese a todo. El ruido atravesaba las ventanas gruesas del vehículo y contagiaba. Sonidos de tambores, de ruedas rodando a gran velocidad, de grillos de selva. Llegamos al anochecer y las luces tomaban curvas, no había ángulos rectos. Bajamos en la terminal y la alegría duró quince días en la ciudad maravillosa. Pasó hace muchos años y no se olvida. La alegría pasa a veces por diez minutos, o doce horas, o dos semanas. Lo seguro es que cambia todo, hace ver cosas nuevas. Y lo más importante, nunca más se olvida.

NADA CAMBIA

Los dos nenes juegan con lombrices. Se mojan las manos y las meten al fondo de la tierra, en la base de la parra de uvas. Las lombrices no ven, los racimos se sacuden y se estrellan contra el piso tiñendo las baldosas. A uno de los nenes le da asco ese bicho gomoso, pero juega igual hasta que las arañas captan su atención completamente. Los dos salen a la vereda y se sientan en el umbral. Uno, con tres lombrices en su manito. El otro, con una araña en la punta de un palito. Pasan la tarde inventando historias, haciendo pelear a los bichitos que tiene cada uno. Se escucha una sirena, dos sirenas, miran en dirección de la avenida y ven a dos autos alocados que corren hacia ellos. Los nenes se asustan, son las tres de la tarde de enero, todos duermen y el colectivo 30 no pasa tan seguido. Los dos se paran como para escapar. El sonido de las sirenas aumenta y asusta. Los dos autos pasan de largo y el ruido también se aleja. Cinco, diez minutos, y el susto amaina. Los dos vuelven a sus bichitos, una de las lombrices muere y la tarde se termina. Pasan cuarenta años. Aquellos dos nenes están sentados en otra vereda tomando un café. Hablan de cuestiones terrenales. Profesión, colegas, dinero, proyectos, familia, profesión, trabajo, viajes futuros, chicanas, trampas, gente de porquería, desconfianza y de nuevo, proyectos. Para un vehículo blanco enfrente, pero ninguno le da importancia. La ambulancia abre sus puertas, y el tránsito continúa. De repente, uno de los dos mira hacia el costado y ve a dos señores transportando una camilla. Debajo de una manta oscura se adivina un cuerpo. Lo introducen en la camioneta. “Pensá que ese amaneció vivo esta mañana”. Los dos se quedaron mudos, notando que ningún familiar había bajado de ese edificio a acompañar. La camioneta arrancó, puso el guiño y giró en la esquina. ¿Estaría el chofer escuchando el partido en la cabina? Fueron treinta segundos de silencio en la mesa de café. De pronto, uno de ellos habló y la conversación siguió su rumbo. Profesión, trabajo, colegas, políticas, familia, trabajo, superficialidades, pavadas, conflictos, y todo vuelve a empezar.

HOMBRECITO

En altas horas de la madrugada, aquel hombrecito transita la avenida como único camino hacia el desahogo. Nadie sabe qué es lo que busca. El diariero se hace la misma pregunta, mate en mano cada vez que lo ve venir. El señor del auto que sale a rondar las calles a la misma hora, también. Supongamos que el hombrecito sale a estirar las piernas. O que busca alguna respuesta en el horizonte cuando la barranca cae a pique y deja ver el río. O en el peor de los casos, que sus salidas esconden un sistema propio para esconder algún delito pasado, una falta. El saquito es siempre el mismo, el pantalón puede cambiar de color. Las zapatillas son esas blancas que compró en un viaje al exterior. Todos lo esperan a esa hora, y cuando la espalda del hombrecito se pierde tras el recodo de la avenida putean por no poder seguirlo. Pretenden ocuparse de la vida del hombrecito y así, escapan de preguntarse por la propia. Ahí va un día el señor del coche, despacio, tomando distancia para que el hombrecito no se dé cuenta. Y las bocacalles pasan, los semáforos siempre dan en rojo. La cadencia del hombrecito es constante y veloz. Tanto, que el hombre del auto lo pierde allá lejos a pesar de ir con mayor velocidad. Nadie sabe cómo ese señor chiquito puede aludir a una máquina. Pero así ocurre. El señor del auto comenta un día en su casa y la mujer lo mira con atención hasta que finalmente, gira para servirle un plato de comida. El asunto se olvida, y llega la madrugada. Entonces, el diariero vuelve a su rutina de observación, el señor del auto calienta su motor mientras prende la radio y el hombrecito… sale a caminar solo y tranquilo. Ya nadie lo va a perseguir, aunque nunca se haya dado cuenta.

AMOR 2

El tipo estaba tranquilo, viendo transcurrir su vida. Salía a bailar los sábados, veía fútbol los domingos. El trabajo funcionaba más o menos bien, podía comprarse ropa y planear vacaciones. Durante el verano pasado se fue a Brasil y la pasó bárbaro. Como estaba tan lindo el ambiente, decidió llamar para pedir unos días más y se quedó en la playa. Mujeres, tragos, y esas cosas. Un día volvió, era viernes, y se imponía seguir con la joda. La cita con amigos fue en Nazca y Rivadavia, a dos cuadras del boliche. Esa noche no tomó una gota de alcohol. Una chica le sonrió como si lo conociera, no podía echarse atrás, venía con toda la inercia del ganador. Charlaron, bailaron hasta las cuatro, se dieron un beso y cada uno fue a su casa. Los días pasaron y sonó un teléfono. Salida, confitería, abrazos y besos. Los encuentros duraron dos semanas y después, una pequeña distancia. Nuestro protagonista se emperró. La mujer esa se le había metido en la cabeza, pero no estaba enamorado. Ella sí, pero no lo demostraba, no tenía que demostrarlo, porque percibía que a él no le pasaba lo mismo. El martirio duró un año. Al tipo se le metió tanto en la cabeza, se dio tanta manija que terminó enamorado, loco, enfermo, feliz e infeliz a veces. Siempre el mismo argumento, que el amor es a primera vista y qué se yo. Mentiras. Si un tipo se obsesiona terminará enamorado a la fuerza. No habrá quien lo saque de ese estado. Después, el tiempo dirá cuanto le dura.

AMOR

Voy a esa reunión porque estoy aburrido o porque no me queda otra. Pongo cualquier excusa a mi novia y salgo a la calle pensando en cualquier cosa. Llego a destino a horario, toco timbre y me abren. Cuento los pisos a través de la sombra del ascensor y me pregunto cuánto durara todo. Saludo, acepto una cerveza y m siento lejos, en el rincón. Suena el celular, es mi novia. Resoplo y atiendo, la chica está lejos, de viaje. Más distancia igual a más persecución. Estoy bien, ¿y vos? Acá, en lo de Inés, vine a la reunión, la llamada pasa para después. Alguien se sienta al lado, charla para pasar el tiempo, miro el reloj y una remera ajustada a tres metros de distancia. Eso, nada más que una remera que sube de tanto que aprieta. Suena jazz soul, Inés viene a ofrecer algo y se queda charlando. Es rubia, veterana, algo insistente, pero es una amiga. Tocan el timbre, bajan a abrirles. Suben dos amigas, una de ojos negros y la otra, de ojos claros. Presentación, trago y preguntas. Me presentan a la de ojos claros, la miro y me tranquilizo, y ruego para que no me suene el celular. La chica habla poco y transmite mucho. Nos veremos al día siguiente, y al otro. Después, cada semana. Mi novia llama y anuncia su número de vuelo, voy al aeropuerto a buscarla con la cabeza quien sabe dónde. El tiempo decanta, me digo, no hay que insistir si no funciona. Cualquier ocasión sirve para pelear. La chica de ojos claros atiende el teléfono, nos vemos nuevamente, comemos y dormimos juntos. Al otro día me empiezo a enamorar, y ella me dice que también está enamorada. Ahora tengo otra novia.

DISEÑO Y GUSTO

Mantel de hule un poco roto en los costados por el uso. Medias cosidas, bien disimuladas, pero cosidas al fin. Un póster en la pared a todo color, de un leopardo acechando en la selva. Las letras retorcidas de la firma de mis padres. Una mesa de hierro soldada en una pata, así durante años. Esos pantalones de mi jefe, todopoderoso y sin vergüenzas, pantalones decía, anchos abajo y sin bolsillos. Ese auto en forma de bolita. Aquellas tapas de discos Long Play, ¿Cómo pudimos superarlo? Paredes descascaradas que dejan ver el viejo papel de pared. Chicas con cinturones tan anchos que las abarcaban desde el ombligo hasta las tetas. Imágenes acumuladas de usos y diseños a las que finalmente nos acostumbramos. Pero un día, las neuronas se despiertan. Algún libro, un edificio o la influencia de una persona de buen gusto aparecen. Es un cachetazo a lo conocido. Ese cuadro con formas rectas e irregulares con colores prolijos dentro podría ser una aproximación a lo desconocido. Muy noventa, pero no hay por qué desecharlo. El diseño de un auto con los cromados justos, pero que jamás pasará desapercibido por las calles. Saber que un viejo reloj de agujas con malla vieja, que un zapato nuevo con la suela gastada es de buen gusto. Difícil aprender al buen gusto como difícil juzgar si un diseño es justo o no. El amor por el buen gusto y el diseño debería ser de enseñanza obligatoria en las escuelas, me digo. Y miro alrededor, tratando de ponerme a la altura de una vida más o menos, bien vivida.

CARRETEL

Es cierto, me dormí, tendría que haber actuado antes pero algunos prejuicios me impidieron… pero acá estoy dando batalla, esperando vientos favorables o el guiño del destino. La oportunidad se presenta una vez sola, me decía aquel sereno de garaje en las frías madrugadas de Almagro. Hoy sé que no es así. Dale, aprovechá pibe, usa esa cabezota que tenés, ¿vos sabías qué sólo usamos el diez por ciento del bocho?, me dijo en otra ocasión. Con el tiempo, un neurólogo me desmintió semejante boludez. Y así me la pasé, caminando las calles y calentando sillones con esas máximas estúpidas en la cabeza. Ahora avanzo sin frenos, libre de falsas expectativas, carente de pruritos. Nada es lo suficientemente bueno ni malo. La cuesta es como siempre, ascendente pero trepo igual, confiado y desprejuiciado, con esa la capa de pintura transparente y patinosa que dan los años. Ese qué me importa lo que digan, o cómo me visto, o por lo moderno que soy, o por la música que escucho en la radio del auto. Es que este manifiesto barato me sirve. Porque para escribir libros de autoayuda habiendo vivido mucho hace falta algo más: esa caradurez que me cuesta mostrar. Es madrugada, escucho en lo alto algún pájaro sin sincronía con el amanecer y tecleo fuerte y seguro, para corregir habrá tiempo. Empiezo de cero, que es lo que le ocurre a algunos pocos mortales, pero empiezo. Mis manos van hacia la biblioteca, hojean, y mis ojos ya no le dan tanta importancia a aquel libro marrón. Me doy valor y vuelvo al teclado, y aprovecho esta otra oportunidad, que no es la única. Me dispongo a usar es algo más del diez por ciento del que hablaba el viejo del garaje. Sorbo un café y por un segundo me lamento por el tiempo perdido. Pero queda hilo en el carretel, un piolín largo del que me cuelgo más que nunca. Y del que no estoy dispuesto a descolgarme.