martes, 27 de mayo de 2014

HOMBRECITO

En altas horas de la madrugada, aquel hombrecito transita la avenida como único camino hacia el desahogo. Nadie sabe qué es lo que busca. El diariero se hace la misma pregunta, mate en mano cada vez que lo ve venir. El señor del auto que sale a rondar las calles a la misma hora, también. Supongamos que el hombrecito sale a estirar las piernas. O que busca alguna respuesta en el horizonte cuando la barranca cae a pique y deja ver el río. O en el peor de los casos, que sus salidas esconden un sistema propio para esconder algún delito pasado, una falta. El saquito es siempre el mismo, el pantalón puede cambiar de color. Las zapatillas son esas blancas que compró en un viaje al exterior. Todos lo esperan a esa hora, y cuando la espalda del hombrecito se pierde tras el recodo de la avenida putean por no poder seguirlo. Pretenden ocuparse de la vida del hombrecito y así, escapan de preguntarse por la propia. Ahí va un día el señor del coche, despacio, tomando distancia para que el hombrecito no se dé cuenta. Y las bocacalles pasan, los semáforos siempre dan en rojo. La cadencia del hombrecito es constante y veloz. Tanto, que el hombre del auto lo pierde allá lejos a pesar de ir con mayor velocidad. Nadie sabe cómo ese señor chiquito puede aludir a una máquina. Pero así ocurre. El señor del auto comenta un día en su casa y la mujer lo mira con atención hasta que finalmente, gira para servirle un plato de comida. El asunto se olvida, y llega la madrugada. Entonces, el diariero vuelve a su rutina de observación, el señor del auto calienta su motor mientras prende la radio y el hombrecito… sale a caminar solo y tranquilo. Ya nadie lo va a perseguir, aunque nunca se haya dado cuenta.

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