miércoles, 28 de mayo de 2014

AMOR Y PAZ

Fue como un viento fuerte venido desde arriba del mapa, cuando los discos y las radios a válvulas traían otros ritmos. Y es que históricamente, las tendencias se presentaron así: la “onda”, la ropa, el comportamiento, la rebeldía tuvo un mascarón de proa que fue la música. Da risa cuando los ahora veteranos ponen a los Beatles –y a algunos más- como piedra angular de aquel movimiento. Pero fueron pocos, peor es nada, los que se percataron de la génesis y unos pocos viajaron para saber mejor, para explorar los sitios fundacionales. El hipismo no salió espontáneamente de un huevo creativo. En realidad, se venía cocinando desde antes, como todo cambio cultural que se quedan por mucho, mucho tiempo. Para el momento en que las flores comenzaron a multiplicarse estampadas por la mayoría de los rincones del planeta, le movida venía de arrastre, unos diez años o quince.. Un grupo de escritores y exploradores de la vida, hastiados de la bonanza de la posguerra y de la perspectiva de un mundo con fecha de vencimiento vagaron por los caminos del norte buscando un porqué que no encontraban. Según ellos, inconformistas y autodestructivos, no procuraban nada que no fuera placer instantáneo. La generación beat, para quien quiera conocerla, fue el germen de lo que década y media después se propagaría al son de ritmos beats, más livianos que pesados. Fue en un momento oportuno, en coincidencia de una guerra asquerosa del otro lado del mapa. Los beatniks en su momento, no tuvieron la misma suerte, sino a través de sus libros, los poemas gritados a los cuatro vientos, sus entradas a prisión, las drogas realmente pesadas. Todo a costa de endebles físicos de intelectuales de buhardilla. Los hippies ya causaban curiosidad, recuerdo, en una fecha tan lejana como 1982, acá en Buenos Aires. Se veían en grupos, en el festival BaRock y desconcertando a la multitud por sus actos. Cuando un minúsculo grupo de músicos con instrumentos electrónicos subieron al escenario, grupos de hippies se plegaron a otros con ropa mucho más ajustada y oscura. Naranjas chupadas, vasos de plástico, botellas todavía permitidas fueron a dar contra esos chicos que pretendían presenta innovaciones musicales. La sociedad arrastraba intolerancia, frustración, tristeza e inmovilismo como para comprender. No entiendo a ésta altura de la historia cómo se encauzó aquel movimiento, o si aún existen, aunque debo confesar que persisten conductas y formas de ver la existencia en ellos, que me simpatizan y que de buena manera llevaría a la práctica. ¿Qué será un hippie hoy? ¿El matrimonio que veo en el parque corriendo a sus críos, todo alegría y despojo por lo material? ¿Esa chica que va en bici con un pantalón demasiado suelto, vincha y bolsa de tela? ¿El tipo ese que vi en una terminal de Misiones elaborando con sus manos una pieza de orfebrería con un tenedor viejo? ¿La cara de resignación de una madre que supo serlo y al que le salió una hija consumista? Preguntas de un tipo normal, que no entiende qué pasó, pero que comprende que todo puede terminarse. Una lástima, otra vez. La historia veloz y un sistema que encumbra para después, borrar lo que ya no le sirve.

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