viernes, 30 de mayo de 2014

CARRETEL

Es cierto, me dormí, tendría que haber actuado antes pero algunos prejuicios me impidieron… pero acá estoy dando batalla, esperando vientos favorables o el guiño del destino. La oportunidad se presenta una vez sola, me decía aquel sereno de garaje en las frías madrugadas de Almagro. Hoy sé que no es así. Dale, aprovechá pibe, usa esa cabezota que tenés, ¿vos sabías qué sólo usamos el diez por ciento del bocho?, me dijo en otra ocasión. Con el tiempo, un neurólogo me desmintió semejante boludez. Y así me la pasé, caminando las calles y calentando sillones con esas máximas estúpidas en la cabeza. Ahora avanzo sin frenos, libre de falsas expectativas, carente de pruritos. Nada es lo suficientemente bueno ni malo. La cuesta es como siempre, ascendente pero trepo igual, confiado y desprejuiciado, con esa la capa de pintura transparente y patinosa que dan los años. Ese qué me importa lo que digan, o cómo me visto, o por lo moderno que soy, o por la música que escucho en la radio del auto. Es que este manifiesto barato me sirve. Porque para escribir libros de autoayuda habiendo vivido mucho hace falta algo más: esa caradurez que me cuesta mostrar. Es madrugada, escucho en lo alto algún pájaro sin sincronía con el amanecer y tecleo fuerte y seguro, para corregir habrá tiempo. Empiezo de cero, que es lo que le ocurre a algunos pocos mortales, pero empiezo. Mis manos van hacia la biblioteca, hojean, y mis ojos ya no le dan tanta importancia a aquel libro marrón. Me doy valor y vuelvo al teclado, y aprovecho esta otra oportunidad, que no es la única. Me dispongo a usar es algo más del diez por ciento del que hablaba el viejo del garaje. Sorbo un café y por un segundo me lamento por el tiempo perdido. Pero queda hilo en el carretel, un piolín largo del que me cuelgo más que nunca. Y del que no estoy dispuesto a descolgarme.

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