miércoles, 22 de julio de 2015

ONDAS DE RADIO

El sonido agudo llega por aire y no se puede percibir con claridad. Albertito vive en el campo, sabe que está aislado de todo pero sus ojos muestran entusiasmo. A la hora de la siesta y mientras todos duermen, se sube al molino de viento arrastrando un alambre que se robó del establo. La radio anda a baterías que a su vez es cargada por el molino al que ahora está trepado. Una vez allá arriba, orienta la punta de la improvisada antenita hacia donde cree que se ubica la gran ciudad. Albertito baja sin hacer ruidos y justo, al viento se le da por mover las aspas a toda velocidad. Y la radio anda, y esos chiflidos que dificultaban la llegada de voces y canciones dan lugar a lo que el chico escucha con ensoñación. “Transmite Radio El Mundo, desde sus estudios de la calle Maipú 555 en la ciudad de Buenos Aires”. Albertito se siente Alberto, no debe estar muy lejos el gentío, piensa, y tras el descubrimiento, su cabeza busca el siguiente objetivo. Se trata del humo negro que a lo lejos corre de oeste a este, y un sonido lejano de fierros y motores. Falta poco, se dice, y palpa sus bolsillos donde una carterita de cuero contiene su pasaporte al progreso. Dieciocho años y la vida por delante. Mamá y la abuela balbucean en la estación mientras Alberto agita sus manos y sus ilusiones por la ventanilla. En la gran ciudad hay miles de millones de antenas y miles de millones de casas altas que las sostienen. Una vieja bandeja de 1916 es mal vendida en una casa de empeños, pero el dinero bien vale para un mes de pensión y la pequeña radio a transistores, de esas que usan los viejos en las canchas. Los sábados y los domingos, mientras hace guardia en la obra en construcción sube por las escaleras desnudas y mira desde las alturas. Ya no vale la pena experimentar con fierritos apuntándole a las ciudades. Ahora está todo ahí nomás, a mano. ¿Cómo puede hacer para meterse dentro de las transmisoras? ¿Habrá muchos cables y gentes? ¿Es cierto que las válvulas son grandes como ollas? El tiempo pasa y los deseos se concretan. Alberto está sentado en una sala que tiene como panorama un vidrio y a través, se ve una mesa con micrófonos. De sus manos depende que las voces y las canciones viajen por el aire y montadas al viento. Desplaza una techa marrón y piensa en los chicos que estarán trepados a los molinos, lejos en el campo.

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