domingo, 18 de agosto de 2013

LA VACA

Un mazazo seco y el animal cae seco, al suelo. El acto, un tanto frecuente, ocurre en una pradera correntina. El pasto parece cortado con máquina pero no, es así nomás, y viene bien para la carneada. Los peones afilan rápido y entre risas, tragos de caña y saltitos van despellejando. El cuero de la vaca hace de alfombra para que nada se desperdicie y los perros husmean. El animal es cortado desde el pecho hasta las ubres y todo lo que tiene adentro sale expulsado. Órganos distintos, de colores, todos húmedos. Demasiado para un chico de ciudad que mira la escena deslumbrado y hasta con asco. De a poco se acostumbra. Las patas traseras son separadas, y también la cola. La cabeza sigue ahí, unida al cuerpo de doscientos kilos. La vaca me mira fijo y me pregunto si me estará viendo. Hasta hace diez minutos era un ser que caminaba y miraba de reojo a su ternero. Ya había rumiado y pensé que lo había hecho satisfecha, esperando un nuevo día. Sacan las dos patas delanteras pero no la cabeza. ¿Si le meten relleno adentro y la vuelven a parar? ¿Cuál será la diferencia? El bicho me mira y es solo eso, un bicho que hasta hace poco caminaba y veía. Le veo las costillas blancas, eso se movía, pensaba y actuaba. Me fui a dormir esa noche con la certeza de que no estaba tan muerta. Cuando la cargamos en la chata, sus ojos continuaron mirándome hasta que llegamos al pueblo. Para los peones estaba muerta, lista para el asado. Para mí no tanto.

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