domingo, 18 de agosto de 2013

NANNETE

“Estábamos en una barraca porque mi padre había sido gerente de un banco y por esa razón creo que fuimos a parar a un campo con mejores condiciones. Recuerdo que era el número uno, donde el jefe de la Gestapo disponía de un stock de judíos que podían llegar a ser canjeados por prisioneros de guerra”. Me dijo la anciana Nannete durante la entrevista, en un tranquilo pero enérgico y claro portugués. Dialogamos por más de una hora en una pequeña sala donde no entraban otros ruidos que los del terror pasado. Noté cierta naturalidad en su relato. Había sido una niña que rodó por aquellos escenarios de frío gris y blanco, rodeados de alambres electrificados. ”Cuando mi padre murió, perdimos ese estatus y mi madre y yo fuimos a parar a otro campo. Un día y casualmente, vi a una amiga de mi barrio detrás de la alambrada que separaba a un campo de otro. Fue cuando los alemanes derribaron el cerco y me lancé en su búsqueda. Entonces la encontré en un estado deplorable, fue terrible, inolvidable” Pensé en las antiguas imágenes de las películas y los documentales, que en realidad no eran tan viejas. No había ocurrido durante la Inquisición, ni tampoco en las áridas tierras armenias en 1915. No había ocurrido en otro planeta, ni en otra era, ni siquiera en otro siglo. Fue ahí nomás, unos veinte años antes de mi nacimiento. Sorprende suponer que nadie estaba enterado de nada. Nannete perdió a sus afectos en esos años de locura en un continente supuestamente civilizado. Se salvó, conoció a su esposo, la guerra terminó. Cruzó el mar, para vivir y hacer familia en Brasil. Hoy anda con su serenidad a cuestas, contando la experiencia. La irrompible voluntad humana, cuando tiene la oportunidad de continuar en este mundo.

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