domingo, 18 de agosto de 2013
DIARIO
¿Cómo era ese diario de Buenos Aires donde las páginas están llenos de avisos de autos? Dijo una compañera de colegio durante mi corta estadía por el interior. Le contesté con el nombre del periódico, y la recriminé semejante ignorancia. En aquel momento, varios ejemplares llegaban por avión a la capital provincial, en el primer vuelo de la mañana.
Volvía por la ruta, había sido un viaje largo y el ómnibus, una vez más, se había detenido en una estación de servicio para repostar y dejar orinar a los pasajeros. Faltaban 400 kilómetros para la Capital, y mi vecino de asiento compró el Clarín. El tipo partió al diario en dos y fue directamente al suplemento rural. ¿A quien le importa las vacas y el trigo?, me pregunté. Pasó otro rato y volví sobre mi duda. ¿A que porteño le importará tanto el asunto del campo? Con el tiempo comprendí el interés de los dos pasquines más importantes por las cuestiones agropecuarias.
Podía soportar un poco más la soledad pero tenía un sobrante en los bolsillos y decidí darme un gusto. Internet no me convencía, ya que mis amigos arrastraban experiencias poco felices. Ir a un boliche… mucho laburo eso de hacer el verso. Mi vieja práctica del levante callejero ya había pasado de moda. Caminé hasta detenerme en un kiosco, miré la fila de revistas prohibidas, pero no. Mis ojos bajaron y se toparon con el Clarín. Fui a las páginas de atrás y allí, la solución. Chicas masajistas, contacto rápido, todo claro, dinero por un rato de carne. Me senté en un bar y caí en la cuenta: el rubro 59 estaba prohibido por ley, ¿pero qué me importaba? El diario burlaba la norma todos los días, y me sacaba la culpa de encima. Tomé el celular, y llamé.
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