miércoles, 21 de agosto de 2013

EL VIAJE

¡Cuánto lamento no haberlo hacho! Corrían los finales de los ochenta y a mis manos había caído un libro sobre las peripecias del estudiante de medicina. La lectura duró una semana, cinco días de viaje en colectivo hacia y desde mi trabajo, un total de veinte horas de marcha. Mi cabeza se mareaba pero no por el traqueteo del vehículo, sino por la fascinación y la duda. ¿Qué me impedía hacer más o menos lo mismo que aquellos dos muchachos? Excusas: no tengo un compañero audaz, tengo un laburo y no puedo dejarlo porque hay que sostener la casa, me comprometí a montar un negocio después de fin de año, con mi amigo poco lanzado. Cuestiones a favor: había roto con mi novia, no tenía mucho que perder, mi autito estaba en venta, en la Argentina todo estaba más o menos igual que siempre, inestable. Itinerario tentativo, en caso de hacerlo solo: Jujuy, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, y así trepando hasta la frontera con Alaska. No iría en busca de un cambio muy brusco, o sí. Me sacaría la eterna responsabilidad familiar de un plumazo. Intereses menos nobles que los de aquellos expedicionarios, aunque válidos en el contexto. Y la duda, una y otra vez: dale flaco, renunciá, Alfonsín ya te cagó la ilusión, los hermanitos están grandes, Papá tiene coche, hay muchas chicas en el camino. No, no puedo ser tan garca, ¿por qué razón pensar en mí? ¿y si nadie me perdona? No, no puedo fallarles. Y el libro, un día se terminó. En el lunes siguiente, hubo otros intereses, aunque las historia de la revolución me siguen encantando. El ejemplar quedó en la biblioteca, junto a algunos manuales de reparación de automóviles. A los dos años me fui a vivir a la frontera, nada más insulso en la vida, ni una cosa ni otra. Pasaron los años y observé a mi hijo, ya adolescente con un libro similar. Hablamos bastante el tema y lo alenté a la aventura, así como un futbolista frustrado intenta catapultar a su hijo a la gloria de las canchas. El tiempo corrió a toda velocidad, como las expectativas y las desilusiones. Quizás la aventura esté en otras cosas hechas por mí y no me di cuenta, me consuelo. La aventura de vivir acá, con las historia repetidas, con lo conocido por venir. Acabo de recordar mi año entero haciendo dedo por las rutas del Litoral, y por pura necesidad, era muy chico todavía. ¿Debió aquel libro haber contribuido a mi pasión por los caminos inciertos y calurosos? Es muy posible. Pero un acto solo modifica a todo lo demás por llegar. ¿Qué hubiese sido de mi vida de haber imitado a los dos aventureros?

No hay comentarios:

Publicar un comentario