miércoles, 28 de agosto de 2013

CINE POBRE

Dormía plácidamente cuando sonó el teléfono, a las tres de la mañana. No atendí, me di vuelta y continué durmiendo cuando sonó otra vez. Del otro lado del cable, una tonada caribeña me saludaba con ímpetu. “¿Es usted José Quatracci? Felicitaciones, ha ganado el gran premio. Más tarde, miembros del comité se comunicarán con usted para darle más detalles”. Me rechinan los dientes, voy al baño y qué tanto, ¿para qué dormir? Me hago un café y prendo la máquina, a ver si se trata de una broma. Tres horas más tarde, una catarata de llamadas desde las radios. La idea saltó en un bar tres años antes. Era domingo por la tarde y en el barrio no había mucho lugar para acudir. Todos las meses estaban ocupadas por parroquianos, cabeza levantada mirando la pantalla. Contaba con ahorros, que si bien no me alcanzaban para un coche y mucho menos para una casa, venían bien para darme un gusto. El guión tardó tres días con sus noches para verse terminado y de ahí, mi propuesta al dueño del bar. Solo un habitué, hincha de Racing al que agarré en un mal día, no me acepto. Todos los demás, por curiosidad o de aburridos, aceptaron. El rodaje se inició la semana siguiente. Todas sus vidas, de manera real o ficticia se verían entrelazadas en el film. Eramos tres tipos detrás de las cámaras, más algún asistente, mi camionetita, dos caballetes y un tablón donde pondríamos el catering. Me sentí ese cineasta, Ed Wood creo que se llamaba, que filmaba toma tras toma por cuestiones estéticas y de dinero. Y la plata se me acabó cuando rodaba. Se editó poco, y un amigo de esos ansiosos y desinteresados que uno tiene se apoderó de un material que agitó en los lugares indicados. A los cuatro meses participaba sin éxito en un festival zonal de cine independiente. La brisa cálida recorre mi rostro y se mete debajo de mi camisa. Acabo de bajar de un avión y ahora me encuentro en el aeropuerto de un país que ni soñaba conocer. Desde allí, rápidamente, me recoge un taxi que me conduce a la ceremonia. Llegamos a tiempo, me siento en el teatro lleno y pronuncian mi nombre. Soy el premio mayor al cine pobre. Recibo un trofeo dorado y se me cruza la palabra “pobrísimo”. Me hacen notas, figuras reconocidas del cine mundial que me votaron, ahora posan conmigo para las fotos. Estoy cansado, feliz por momentos, todo me llegó por sorpresa. Ahora sí, me llevan a un hotel cuya fachada impresiona. En el hall, una corte de sirvientes se ocupa de mí. La suite es más grande que toda mi casa. Abajo me esperan para la cena de gala. No tengo tiempo para saludar a tantos todo el tiempo, no tengo tiempo ni toda una vida para saborear manjares de mesas kilométricas. Dos de la mañana, todo termina. Subo a mi habitación y contemplo la bahía. No es el olor al que estoy acostumbrado. “Premio al mejor film del cine pobre”, repito para mis adentros. Dudo si lanzarme al cine comercial, ahora que sí puedo. Lujo, premios, suite, mujeres en un book, estrellas de Hollywood. Todo gracias a mi cine pobre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario