miércoles, 21 de agosto de 2013
LETRAS
Hay tanto para escribir en este mundo, que cada tanto algún escritor se aventura a hacerlo bien y en serio. Hay tanto para leer, que días atrás ingresé a una librería del barrio de Belgrano y me encontré rodeado de pilas de bosta ilegible. Tentación visual, promesas de buena lectura que irán a desvanecerse en una tarde de playa o el zarandeo del ómnibus.
Conozco a un periodista –escritor frustrado él- que hizo pública su donación. Regaló 1.500 libros a bibliotecas populares y se quedó solo con cien títulos. Más que un gesto de buena voluntad, una manera de ventilar la cantidad de páginas leídas.
Los clásicos son eso, es indiscutible. Cambian los lomos de las ediciones, los colores, pero allí están, visibles, un tanto lejos de las manos de los eventuales compradores. A ellos se llega por escalera, y a sus precios por una lectora electrónica.
Así quedó la biblioteca, anclada en 1991. Fue cuando una de las nenas se fue a vivir a otro lado, a estudiar a la ciudad. Duermo en ese dormitorio rodeado de libros cada vez que voy, y siguen allí, inalterables en su orden. Nadie quiso mover las camas de lugar, ni sacar los viejos muñecos de la niñez. Y en un gesto de integridad y buenos recuerdos, tampoco fueron removidos los libros.
A aquel viejito que está firmando ejemplares lo conoce todo el mundo. Miralo, qué sencillo el tipo. Sonríe con todo el mundo, estampa su firma apaciblemente, contento de la vida. Equivocado o no, escribió sobre lo que vio, sin mentir. No se victimizó, ni quiso ser señalado. Practicó la solidaridad, y eso que lo tildaron de derechoso. Nada de eso importa, cuando hizo falta, él sí se jugó por sus colegas acallados.
Dos pasillos más allá de esta exposición anual se encuentra el cincuentoso. Acaba de publicar un best seller sobre la vida de un colega que lo tiene sin dormir y obsesionado. Se cree un empresario, ya está resignado a no ejercer plenamente el periodismo y menos, la literatura. Su creación se vende como pan caliente. Ya no importa tanto aquello de los valores ni la palabra.
Ahí esta él, firmando y haciendo cuentas mentales. A dos metros, parada, se encuentra su mujer, elegante, bronceada y siempre a la sombra. Especula. El boom editorial de su marido la llevará otra vez a algún lugar exótico, y sus tetas, que perdieron la vertical, podrán ser retocadas nuevamente.
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