miércoles, 21 de agosto de 2013

LA RADIO

“Ya está, ya fue, desApareció en el espacio y a nadie más le importa”, decía un conocido locutor y periodista, una vez que la luz roja se apagaba. Nada más equivocado el tipo, pensaba yo detrás del vidrio. En la radio nada desaparece, todo queda grabado en el micrófono, en la antena, en el receptor. La radio en como la tele, donde todo se termina, donde nada es recordado. La gente se acuerda mucho más a los programas de radio presentes y pasados que los nombres de los programas de la TV. Apostemos, a ver qué pasa. Siendo pequeño, me regalaron una portátil. Por la noche me escondía debajo de las frazadas y corría el dial a ruedita, una y otra vez. Meses después, metí un destornillador en una de esas capsulitas y la onda iba y venía. Fuiiiiiiiii. Fiuuuuuu. Excelsior, radio Antártida, Del Plata, Splendid. Un día subí al cuartito y busqué un cable, lo pelé en sus puntas y lo uní a una bobina que es la antena. Por la noche fui a la terraza y pude llegar más allá. Escuché a un brasileño, lejos. Luego, a un locutor de Chile dando las buenas noches. “Ahora es fácil”, resopló un viejo radioaficionado, “Prenden la computadora y se conectan a Tokyo, se acabó aquel encanto”. Llego a casa, enciendo la PC y me conecto a una radio de Beirut. Son las dos de la mañana y la canción, interminable, parece un lamento de alguien al que imagino vestido con grandes trozos de género, sintiendo lo que canta. El encanto nunca se acaba. No me gustan las radios con el estudio a la calle. Prefiero imaginar a los o yentes tal como yo me siento cuando oprimo la tecla ON. ¡Con qué ropa habrá ido la locutora? ¿Habrá hoy alguna mala onda en la mesa? ¿Cuál será el estado de ánimo del tipo del informativo? La radio es también eso. Lo demás es exhibicionismo. La vieja radio de madera y a válvulas está encima de la heladera. Mamá la enciende los sábados a la noche y escucho las bossa nova que quedan alojadas en mi cerebro de chico, para siempre. González Rivero anima los mediodías de timba y tango en los días más felices de mi infancia. Rapidísimo y a continuación, La Vida y el Canto hacen mella, culturalmente. El Tren Fantasma es inolvidable como inclasificable, y su locutor no es ningún jovencito rocker. Bangkok es el programa que abre cabezas. Rodari hace un programa fantástico, que escucho con mi hermano por las noches de frío y calor. Decir poco o mucho, pero sabiendo lo que se dice. Poniendo esa música que a uno le gusta. Sentir que se está haciendo un bien. Sentir que la hora o las dos horas o lo que fuera les sirvió, a propios y a lejanos. Ganar la calle con la sensación de que no fue en vano.

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