viernes, 4 de octubre de 2013
NEGACIÒN
Transitábamos la plaza de mayo desorientados, perdidos. Sólo unas pocas palomas o alguna sirena rompía el silencio de ese pedazo de mundo hecho para el bullicio. Nos sentamos en un banco. El, mirando hacia el ministerio y yo, a la entrada del subte. Recordé los gases lacrimógenos y las corridas de los azules en dirección contraria a la nuestra. ¿Dónde quedó aquello? Las chicas pasan delante, exhibiendo brillo y sonrisas vacías. Los años noventa estallan, y se abren camino incendiando el pasado con desdén. La desilusión mata a los idealistas.
Lo veo salir de la boca del subte y temo equivocarme pero es él. La última vez que nos habíamos visto fue en una fiesta, en una casa. Recuerdo su pullover con animales andinos estampados, su morral de lana, los rulos interminables, su discurso. Habían pasado tres años nomás. ¡Cómo estás, viejo! ¿Qué hacés acá? , me dice como si nada pasara. Lo miré de arriba abajo, vieja manía mía que me serviría tiempo después para ejercer el periodismo. El hombre trajeado ya no tenía tiempo, corría son sus zapatos lustrados, pilcha y valija de cuero. Venía de una entrevista en la Casa Rosada. Atrás quedaron sus mujeres licenciosas, se casó con una señorita cuyana de apellido doble.
No puede ser, pensaba, mientras me encontraba a uno y otro por las calles ahora distintas pero siempre rotas. Todo estaba perdido, nuestras peleas, los palazos, las lecturas, el reclamo por los que no estaban. Un presidente con promesas de revolución destrozó las mentes a quienes se dejaron destrozar. Los intereses eran otros: plata fácil, shoppings, excursiones, primer mundo.
A ellos también les pasó, pero aún no se despabilaron. Los historiadores lo decían y nadie les daba bola: “Si escondés a los muertos debajo de la alfombra, ellos te perseguirán sin descanso hasta que al fin te desplomes. Hay que honrarlos, ver la realidad, la única que existe”. Aquel presidente se fue, algún día tenía que irse. Llegó otro y todo voló por los aires, y así. Pero los muertos fueron sacados de los escondites y comenzamos a vernos más reales. Llenos de defectos de argentinos, pero más reales.
El periodista que salió del subte no cambió, pero otros sí cambiaron, demostrando finalmente el pensamiento de toda su vida. Hace poco más de un mes tuve la oportunidad de entrevistar a un juez español desafectado de sus funciones por la Justicia de su país. Encendí el grabador y la cinta corrió para registrar lo que en un principio fue charla. ¡Qué paradoja estar acá!, dijo el hombre abriendo los brazos para hablar del país que lo había adoptado. Por sus gestos entusiastas, el juez daba a entender que empezaba una nueva vida, como si de vuelta se hubiese recibido. Gestos, actos, las agujas del reloj y las vueltas de la vida. Un hombre no es lo que dice, sino lo que hace. Un país no es lo que muestra, sino lo que consigue demostrarse.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario