martes, 1 de octubre de 2013

EL MAESTRO

Un manojo de nervios concentrados en la panza separan mi dedo del timbre blanco. Pasa un auto saltando por la calle empedrada y sin saber qué hacer. Me dijeron que el viejo vivía ahí, en esa casa. ¿Y si vuelvo otro día? Me siento en el cordón con los dibujos bajo el brazo y pasan como tres horas. Es verano en Buenos Aires. Me animo y le doy un golpe cortito a la tecla, ladra un perro y se escucha un carraspeo detrás de la puerta. Se escucha la llave, que gira dos vueltas. El hombre, en camiseta y despeinado me mira y sonríe. La experiencia hace que adivine mi intención. “¿Cómo se llama usted?, me dice y se hace un lado para darme paso”. No sé qué decir, y se acerca la esposa con una jarra de limonada en una mano y un vaso en otra. “Quiero ser como usted, le digo”. El maestro se ríe y me sugiere ser mejor que él, pero ya habrá tiempo para eso. Despliega las láminas sobre el tablero, y mis dibujos cubren los suyos, esos que va a entregar para el otro número de la revista. Me voy sintiendo cada vez más cómodo y hablo con facilidad, la magia de sentirse apreciado. “Mirá, vos dibujás directamente con birome pero te voy a enseñar” Primero pasa el lápiz, le da forma al personaje y después, toma un plumín, lo sumerge en la tinta y remarca encima del boceto. Aparta el dibujo y pasa al otro. El sol nunca cae y lo veo trabajar, no siempre habla pero tiene el carácter de una persona conforme con sí misma y con su vida. De repente, me entrega sus tiras y una goma de borrar color tiza. Me pide que borre el lápiz con cuidado y me siento en la gloria. A la semana siguiente voy corriendo al quiosco y compro la revista. Ahí están los monitos borrados por mis manos, Papá propone un brindis en casa y duermo abrazado a la revistita. Los años pasan a toda velocidad para enseñar que no solo la adversidad es motor de la vocación. Creo, a ésta altura, que soy quien soy por el afecto y la confianza que me dieron entre ellos, aquel maestro.

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