martes, 7 de abril de 2015

EL DESTINO

El destino no me señaló otro camino. Debía serlo, salvo que la muerte temprana me pusiera fuera del camino. Nada interesaba, ni aquella niñez de privilegios, ni los buques en altamar, ni el regreso a las seguras costas de mi patria. Quizás haya estado arreglado de antemano, pero ni decisión rumbeaba para otros lados. Las lanzas revolucionarias me llamaban la atención más que el negocio de mi padre. Lingotes y quintales de mercadería en tierra nada hacían por conmoverme. Entonces me enrolé en la causa, a escondidas de mi padre y lejos de la vergüenza materna. Los años pasaron inmersos en esa vida doble, de apariencias, de amores nunca permitidos a los de mi clase. De negocios blancos pero oscuros. De batallas negras pero vistas como heroicas. Pasan los años y no se le puede escapar al destino. Cuando todo parece perdido llega el coletazo de la suerte, buena o mala. Un día me encuentro casi sin querer con los honores más altos en mi pecho y la pluma mayor en mi mano derecha. Y debo firmar. ¿No era eso acaso lo que deseaba? Una corte de edecanes poco confiables me rodea, pero dependen de mí aprobación. ¿Hasta dónde se extenderá el mapa de mi patria? Hasta ahí gobierno ahora. Más adelante, ¿Quién dice? Muevo tropas para acallar focos por el este y abro ríos con mi sola voluntad para esos barcos que tan bien conozco. El primer año de gobierno es pura confianza. Es como las nubes que vienen de las pampas, y las empujadas desde el ancho río. Se van poniendo negras para llovernos justo encima de nuestros sombreros. Las gotas hacen burbujas en el piso, señal de que mucho va a llover en los días sucesivos. Son como pequeñas plagas que inundan. Son como esas tropas de mirar desconfiado, o como mis viejos compañeros de lucha a los que desconozco por la forma que tienen de hablarme. Las cosas no son como antes, y no lo serán. Aprietan las deudas y el dinero como la guerra se va escapando de mí. Ahora, mis ciudadanos gritan en la plaza y los caballos de tiro que me llevan a casa corcovean y se retoban. La suerte está jugada, es así como funciona. En menos que canta un gallo estaré afuera de todo y deberé elegir entre alejarme a criar vacas o el extranjero. Como lo vi de pequeño lo sigo viendo. Maldita profecía mía. Seré echado, muerto, repatriado, enterrado con honores y olvidado. Alguien se acordará de mí y llevará a mi nombre a la posteridad. Mi apellido va a adornar los carteles de las esquinas hasta mucho más allá de los tiempos y el paisaje conocido. Muchos me tirarán la historia en contra y otros, según como quiera mirarse, me dejarán coronas y discursos. Es el destino de todos los hombres que apenas asoman la cabeza por sobre la multitud.

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