lunes, 20 de abril de 2015

ELLA

La foto de mi señora y los chicos en el porta retrato de del escritorio. Detrás de ellos se va el pelaje de uno de los collies. Parece mentira, tanto esfuerzo pero llegamos, al fin. Diez años de romperse el lomo, de desconocer horarios, de no poder ir siquiera a Mar Chiquita de vacaciones. Pero todo llega, al menos eso creo. Me visto y saludo a mi secretaria y poco después, un ascensor me lleva hacia el subsuelo a gran velocidad. Chuif chuif, suena la alarma del control remoto de la alarma y los faros del auto hacen brillar a la carrocería. Me siento y la piel del asiento es como si me tragara y absorbiera el cansancio de largas horas de reunión. Tengo otra reunión fuera de la empresa. Eso dije en casa. El centro del volante me devuelve el ligo plateado de la marca alemana y el tablero se enciende como en el de un avión jet. Avanzó, levanto la mano al vigilador y salgo derrapando por Callao rumbo al bajo. ¡Cuántos cascajos rodando por las calles a los que debo esquivar! Suena el teléfono y veo el ID de reojo. Llaman desde casa, sí, todo bien, voy a apurarme, estoy muy cansado, quizás mañana pueda quedarme un rato más en la cama. Chau. Máxima 60, cuidado con las cámaras y los loquitos. Por fin, allá adelante se ven los bosques oscuros como la misma noche, una curva a la izquierda y otra a la derecha como en un laberinto. Empiezo a rodar en segunda y le doy dos circuitos completos a los lagos de Palermo. Parece que allá está, al lado de la rubia con mini negra. Todas miran mi coupé y les sonrío, pero no paro. Mi objetivo es otro. Una nueva vuelta a los lagos y mi desazón aumenta. Ella no está. Justo cuando me voy a dar por vencido y enfilo la trompa para Figueroa Alcorta la alcanzo a divisar. Pantalón dorado brillante, topcito al tono. Mi cara se transforma. ¡Holaaaaaaaaaaaaaaa, primor! ¡Subí! ¡Pensé que no te iba a encontrar! ¿Vamos? Le conté de mis cosas y ella, de las suyas. Encendí el auto y le di rumbo al lugar de siempre. Miré de costado su boca y respiré aliviado. Cuando nos aislamos terminamos sacándonos la ropa y quedamos de igual a igual, mirándonos. Salvo por esa operación que hizo aumentar sus tetas, éramos completamente iguales. La peluca quedó a un costado, y también los prejuicios. Volví a casa a eso de las 12. El aire fresco de la autopista entró por completo a mis pulmones y el velocímetro marcaba 160.

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