lunes, 2 de diciembre de 2013

UN POCO DE NO HISTORIA

La imagen impacta por el dramatismo que transmite, por su movimiento y sus colores, por la destrucción que cada protagonista ocasiona y a la vez sufre. La observo mientras espero en esa antesala. No hay revistas y entonces, no queda otra que ver ese cuadro largo y angosto. Falta alguna referencia, me arrimo para ver mejor, no, no existe señal alguna de qué, dónde, cómo, cuándo. Llaman por mi apellido y paso al consultorio. En los parlantes suena música clásica. Cuando la consulta llega a su fin me enfrento a la puerta de salida y ante otra perspectiva, más cuadros sobre el mismo tema estaban colgados a mis espaldas. Me prometí averiguar, no iba a preguntarle a ese médico antipático ni a su insulsa secretaria. Salgo a la calle, tomo el colectivo y me olvido del asunto. Nombres guaraníes de batallas cuelgan en los carteles de las calles y son solo eso, nombres con números. El viejito italiano de mi vecindario habla de la guerra y a los ojos de un chico suena como una gran aventura. Por las tardes se asoma al zaguán y mueve su rostro hacia una esquina y hacia otra de la cuadra. Saluda con simpatía pero hay algo en su cuello que hace a sus gestos mecánicos. Ese hombre atesora un casco de aviador en su aparador. Su esposa, viejita y delgada, sale al patio de vez en cuando y lanza gritos hacia el cielo de Almagro. Por la tarde ve aviones bombardeando su pueblito en la montaña. Los dos desaparecen del mapa mientras la vida transcurre para nosotros, que ocasionalmente los recordamos. La primaria pasó entre pocos gobiernos democráticos y muchos de los ilegales. “No hay más delegados en el gremio”, me dijo un día el tío sin dar más información. Y la palabra delegado no podía salir de la boca. Rosas era un tirano, fue otro argumento, sin contrastar a ese hombre colorado con los que desde la ciudad todopoderosa conducían una fuerza tan fuerte como contraria. Perón no se dice, y menos en casa. El viejo ya había vuelto y ganado las elecciones. Todos vimos sus funerales por la tele y sin embargo, el apellido no se pronunciaba. La Campaña del Desierto fue una campaña, no una invasión cuya consecuencia fue una gran torta de tierra para algo más de cien familias. Sé que al abuelo y a sus dos hermanos los envió el bisabuelo para que no ser enrolados rumbo a la guerra. Allá se queda el viejo, en ese pueblo del desierto, esperando lo peor pero con la satisfacción de haber mandado a los jóvenes a América. Los tres hombres llegaron en diferentes momentos y progresaron gracias a su simpatía y aptitud para los negocios. Hace poco me enteré sobre quienes los empujaron a cruzar los océanos. Fueron los mismos que invadieron otro país cercano para arrasar con millones de personas. La materia historia no sólo falló en la escuela, también fue ninguneada en la familia, que habló de guerras sin saber ni querer saber de quienes contra quienes. Una guerra más, como algo normal que sucede siempre en otro lugar de la tierra.

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