domingo, 15 de marzo de 2015

TOMÈ UN PINCEL

Tomé un pincel, para ver qué pasaba. ¿Qué haría? No sé. Zambullí los pelos en una enorme mancha amarilla que preferí dejar como estaba, brillante de tan amarilla. Tracé una leve curva ascendente de derecha a izquierda y un margen blanco me frenó. La tela se quedó en el mismo lugar durante meses. Cada vez que pasaba por el lugar la veía y prefería esquivarla. Con el correr del tiempo me sentaba en un extremo de la habitación, ponía música y la miraba. En algún lugar de mi cerebro, un pincel iba de un lado a otro y no se decidía. Abrí un cajoncito de madera, escarbé entre los envases de plomo y saqué uno de color rojo. Me manché la mano y apoyé dos dedos en el blanco. Nada definido hasta allí. Me fui de viaje y visité museos sólo por el hecho de sacar alguna idea. Estaba a trece mil kilómetros y pensaba en aquella habitación a la que despacio comencé a despoblar. En el medio quedaba el artefacto con tres patas y la obra indefinida. Despertaba a medianoche, lleno de ideas, creo que producto de mis sueños. Cuando llegaba al escritorio para anotarlas me parecían una pavada y volvía el contador a cero. En una juguetería había pistolas de agua, y me compré dos. Me paré frente al atril, le agregué mucha agua a la pintura azul y disparé con escasa puntería. Quedó una suave línea amarilla y curva, una mancha de rojo leve, y todo el contorno azul. De lejos, parecía estar mirando por la ventanilla de un avión. Olvidé el asunto y comencé a disfrutar de otras cosas. La bicicleta, las plantas, el formón contra la madera, el alcohol. El azul cielo retumbaba en el ambiente llamando la atención. Tomé bastante una noche y me forzó a levantarme de mi cama. Trastabillé y caí. Vi las estrellas y me mantuve asustado. Volví a irme lejos. Me sentí libre. Llegó el momento del volver, ni pensé en aquel trastorno. Subí las valijas en el ascensor, metí la llave en la cerradura y aquel azul me pareció gastado y vencido. Sin quitarme el traje fui al cajoncito y al pincel. Tiré la tela al piso y pensé en pisarla. En cambio, hice trazos circulares, rectos, cruzados, y agarré el más grueso de los pinceles al que embebí de blanco. Entonces, hice una franja que no se detuvo en el borde y siguió y siguió hasta la pared. Y no sé por qué razón, sentí que había terminado con toda esa historia. Volví a tomar mis valijas y me alejé por dos años, libre. Absolutamente libre.

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