miércoles, 25 de febrero de 2015
MENTIRAS
-¿Y usted, joven, de dónde es?
El sesentón compañero de asiento de la combi quería conversación.
-De la Capital.
-Ahhhh… yo soy de allá y viví en Palermo hasta que me jubilé. Ahora vivo con mi mujer en Villa Cayastalquipén. ¿Conoce?
-Del sur, hasta Comodoro Rivadavia nomás…
-¡No sabe de qué manera se vive… nada que ver. Con la plata que ahorramos, nos compramos dos vehículos como este y transportamos turistas. La vida es otra, desayunamos con vista a la montaña, no hay tránsito y a lo sumo, trabajamos seis horas. Usted y su esposa deberían conocer aquello… criar sus hijos en ese lugar… disculpe si me meto-
Vigésima curva en ascenso y la ciudad de Rio de Janeiro se va haciendo más y más pequeña. Pasamos por delante de un portón a toda velocidad. Dicen que es la casa de Chico Buarque. Es cuando me ofusco y comienzo el ataque.
-Ahora que me lo dice, recuerdo el pueblito donde usted vive porque salió en una noticia de la tele.
-Seguro que por el escándalo del intendente, no fue nada.
El sesentón queda descolocado. En el hombre, algo cambia junto con su inflexión en la voz. Sobrevienen largos minutos de silencio que él mismo quiebra.
-Sí… el tipo es un pesado en serio, pero si le caes bien no pasa nada. No hizo falta que lo coimeemos para habilitar nuestro negocio.
El líquido del aguijón comienza a hacer efecto. Me hago el boludo… parece mentira que haya tantos aladeltas dando vueltas por el aire.
-Es el típico patrón de estancia… mandó a cerrar una radio y nada se hace sin su venia, pero bueno, qué le vamos a hacer. Ya tendremos tiempo para aguantarlo a la vuelta. ¿Tomamos una cervecita en el bar del Cristo Redentor y disfrutamos de la vista?
Después de una hora descendemos. “Lindo barcito, pero no es como los de la villa donde vivo”, me dice. Y el descenso hacia la ciudad tiene un gusto amargo. Para él.
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