miércoles, 31 de diciembre de 2014
PODEMOS
Nos juntamos. Cuando hace mucha falta nos juntamos. Hasta ahora, nuestra vida estaba muy ocupada e indiferente a los demás. Pero algo pasó: una avalancha se nos vino encima y tomamos conciencia de que hay que juntarse, unirse. Yo estoy viejo, pero ya lo vi antes. Recuerdo andar de la mano de mi madre por las calles de la ciudad en busca de unas pocas papas para la cacerola. ¡Cómo aguantamos aquello!
Recuerdo también a los primeros barcos que venían del sur del mundo para darnos de comer, todo gratis. Parecía imposible, pero hubo gente lejana que se juntó y sin mirar demasiado a quien, ayudó. El tiempo pasó tan rápido, fueron como treinta o cuarenta años hasta que los autos comenzaros a andar más rápido, cuando los países vecinos repararon en nuestra existencia y nuestras posibilidades. Y lentamente, de aquella telaraña bienintencionada quedaron hilos viejos y sucios colgando de un techo.
Ya no éramos lo que habíamos sido, éramos otros y nuestra estima se basaba en esa mezcla fatal que hunde: el bienestar económico artificial y ese mirar hacia el otro lado. En las calles ya no había quienes buscaran unas pocas papas, pero sí gente durmiendo en los cajeros electrónicos. O ancianas con sus pertenencias en las calles, salvadas de la indiferencia general apenas por un móvil de televisión ávido de impactos. Barrer la basura debajo de la alfombra… juntar cosas que no se necesitan… vociferar a los cuatro vientos lo que no se es.
Ahora quizás nos volvamos a juntar para calmar nuestras penas, para compartir ese trago, para cambiar la vieja ropa por algo que nos sirva. Juntarse para crear algo nuevo y duradero, y patearles el culo a los que continúan sin mirar por las calles o se sientan en sus despachos a ver desde las alturas. Ojalá nos juntemos, pero no para lamentarnos. Habremos aprendido algo. Creo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario