jueves, 18 de diciembre de 2014
MANOTAZO
Divisé al pájaro que cruzaba bajito al ras de la ruta cuando el dolor de un golpe invadió mi boca. El manotazo de papá había sido certero. Ya me lo había advertido cien kilómetros atrás. “Dejá de tocarte la boca”, me dijo muchas veces. Seguramente, no toleró mi malestar y no tuvo mejor idea que agravar el cuadro que presentaban mis labios. Era raro lo que me pasaba, y más raro aún lo que duraba. Los labios se me partían como si desde adentro de la boca, fuerzas extrañas hicieran palanca para verme mal y molesto. A esa altura del camino donde papá me cacheteó, llevé mi mano una vez más a la parte rota, como un acto reflejo y sin darme cuenta. “Te avisé que no te tocaras, carajo”
Mi madre me había llevado a varios médicos sin éxito, y hasta recuerdo que varios doctores recién recibidos se reunieron a mi alrededor en una especie de tribuna que más tarde supe, era un ateneo para debatir qué era lo que me estaba ocurriendo.
Una mañana llegó mi tía y después del desayuno me dio una indicación. “Agarrá ésta misma calle y camina como yendo a la laguna. Vas a ver un rancho al fondo, cuidate de los perros. Hay una viejita que capaz te va a curar”
Caminé, y al llegar a la tranquera aplaudí para avisar. Varios perros salieron a la carrera y detrás de ellos, una señora sexagenaria que se acercó caminando tranquila. “Yo sabía que ibas a venir. Esperame acá” Y volvió hacia su rancho. Miré la laguna y los pájaros de la costa, y ahí estaba ésta señora nuevamente. Sacó un rollo de papel chiquito, como del tamaño de un cigarrillo pero hecho con diarios. “Ponételo en el bolsillo de atrás y no lo saques de ahí hasta que te curés” Obedecí, agradecí, y salí hacia lo de la tía. Me olvidé de mi boca en ese mismo momento y dos días después frente a un espejo descubrí que había vuelto a la normalidad. Saqué el rollito de papel y lo tiré bien lejos. Esa tarde pude ir con los primos a bañarme a la laguna del fondo. Durante años me pregunté si había sido magia y nunca olvidé aquel cachetazo. Recién con el tiempo descubrí que mi cura bien pudo haber sido producto de alguna sugestión. Aquella vez no hubo pomada o loción que hiciera efecto.
La sugestión puede servir para curar. La sugestión también puede servir para enfermar. Menos mal que todavía existen personajes como aquella vieja que vivía en ese rancho ladeado, al borde de las aguas turbias de una laguna de un pueblito correntino.
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