miércoles, 26 de noviembre de 2014
LIBRO
Son las dos de la madrugada y afuera del auto que me cobija, una helada parece borrar las hojas y el césped del otro lado de la calle. Una luz amarillenta de un farol del alumbrado es lo único a la vista, a cien metros. Más cerca de mí, contra el techo de mi hogar rodante, un foco con aumento es la sola posibilidad de escaparle a la larga noche. De vez en cuando pasa un coche y su conductor me mira con curiosidad, después acelera. Nada más distante entre mi situación y la del protagonista del libro, que anda libre por los caminos de los Estados Unidos, a la deriva.
Yo en cambio, espero sentado en un descampado del Gran Buenos Aires a que alguien me llame. Por suerte hay un libro y por cada página que corre, deseo que mágicamente se sigan agregando otras. Tardo el leerlo porque no quiero que se termine. Se trata de un ejemplar que bien podría leerse en dos o tres días, pero éste dura dos semanas. Estaba ese libro, que me salvaba del frío, de la oscuridad de la noche rodeándome. De la incertidumbre sobre el futuro. De lo no hecho y dicho, de los fracasos. Será porque se trataba de un texto verídico lleno de fracasos.
Un día llegó la claridad y mi visión fue más allá que ese horizonte de muerte en vida. Sentado bajo una sombrilla y con las olas sacudiéndose en la costa como todo sonido, me encontré leyendo aquel libro de tapa amarilla. Y me volvió a atrapar una y otra vez. Muy de vez en cuando miro de reojo a mi biblioteca y lo veo parado mostrando el amarillo de su lomo. Todos lo saben en casa, y creo que hasta el gato podría evitar pasar sus uñas sobre él. El tiempo pasará, ojalá este tiempo de claroscuros se vaya borrando para volver a posarme sobre sus hojas viejas llenas de letras pequeñas. Un libro es una excelente compañía con la oscuridad. Pero para mí, lo es mejor en días soleados.
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