miércoles, 26 de noviembre de 2014

LA RADIO

Puse todos los ahorros de la familia en una modesta estación de radio. Recuerdo que emoción el día que levantamos la antena ¡De la alegría me trepé a ella como si fuera un mono! Las pruebas comenzaron a la mañana siguiente y la hora de la verdad estaba pactada para el 4 a las cero horas. Todo estaba preparado y sincronizado para el momento de la cuenta regresiva. Cinco, cuatro, tres, dos, uno y ¡las estrofas del himno nacional como manera de inauguración! Nada podía ser tan auspicioso como los inicios de las transmisiones. El departamento comercial salía a la cella a buscar anunciantes y volvían cargados de cheques y pedidos de avisos. Al año, dejé los programas pasatistas de lado, en realidad me quedé con tres, y me lancé al ambicioso e inédito proyecto de prestarles el micrófono a todos los políticos, vinieran de dónde vinieran. Ahí me diferencié de los demás directores de radio y la FM levantó aún más la vara. Políticos que por años no se habían dado ni la mano ahora debatían ideas en el estudio. El Concejo Deliberante de la ciudad nos tomó como un ejemplo de convivencia y apertura y hasta la escuela normal nos abrió las puertas para que fuésemos a contar cómo se hacía una radio abierta y rentable. Todos los meses, la constructora de casas Habitat aportaba a la pauta el cincuenta y ocho por ciento de nuestros ingresos. El hallazgo de una cantera de cemento hizo que miles de argentinos vinieran a instalarse y esa migración demandó viviendas. La paga era buena, la empresa ganaba plata, y la radio se veía beneficiada por ese círculo virtuoso. La fiesta duró tres años, lo que no quiere decir que alguien haya apagado las luces de golpe. Nada de eso. La extracción en la cantera no funcionaba al ciento por ciento y al caerse las horas extras generó en la comunidad cierto malestar. Una mañana en la que íbamos a confrontar a las dos cabezas de lista para las próximas elecciones municipales ocurrió algo inédito. Uno de los candidatos puso condiciones inadmisibles para con nuestra línea editorial y me enojé. El debate entonces, no se hizo. Los días transcurrieron con normalidad hasta que a finales de mes, la empresa constructora discontinuó su cuota de publicidad. Entretenido como estaba con mi juguete y un poco mareado por los premios no supe atender los números. Mejor dicho, no proyecté hacia el futuro por si algo inesperado pasaba. La línea verde de “ingresos” cayó y se estabilizó hasta que en un momento se vino a pique. No quise hacer lo que todos hacen; agarrármelas con mis empleados, y me dejé caer en busca de un golpe de suerte y cambios en la programación, era tarde. Una noche en los corsos, sentado al lado de un desconocido, supe la verdad. Aquel aspirante a intendente era en realidad el mayor accionista de Habitat. Me sentí un tonto inocente. No supe ver las cosas y en el fondo, no sé si me correspondía. Las carrozas pasaron delante de mí, como la realidad, y no me había dado cuenta. Caminé hacia mi casa y a mitad de camino gira hacia la izquierda en dirección a la radio. El operador me abrió, era el único habitante de la noche insomne. Me miró y no le dije nada. Fui al baño, me mojé la cara y salí directo a la consola donde el muchacho clasificaba discos y apretaba botones. Volvió a mirarme y le indiqué una tecla. Él se resistió pero al fin y al cabo, esa tecla también era mía y sentí que la decisión era una de las pocas cosas que me quedaban. Las luces minúsculas se apagaron, el cartel rojo que indicaba el aire también. Salimos a la calle sin pronunciar palabra y tomamos calles diferentes. Nadie pudo hacerme cambiar de opinión. Tenía que aprender, iba a aprender. Con tristeza asumí que las cosas debían hacerse de otra manera.

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