miércoles, 26 de noviembre de 2014
CANELA
Está igual Su apariencia es casi la misma de hace mucho tiempo, cuando por las siestas donde no existían los controles remotos ni las computadoras portátiles, ni tampoco el exceso de chiches , y nos trepábamos a los botones de la tele para ver qué pasaba afuera del barrio. Clanc, clanc, clanc, era el sonido del enorme redondel que cambiaba los cuatro o cinco canales que emitían. Mamá batía la crema para la merienda y de tanto en tanto cabeceaba para el lado del aparato ese con pantalla en gris sepia. Millones y millones de puntitos componían las imágenes y nos preguntábamos que entraba por esa antena de fierritos arriba del techo. Pero el milagro ocurría: voces amables, ubicadas e inteligentes pasaban de la información al consejo y de los consejos al entretenimiento o a la receta de cocina. Nunca una estridencia, nunca un escándalo.
No es tan real eso de que los buenos quedan en el olvido. Puede haber excepciones, como los hay en todos lados. Pero los buenos se quedan, y se reconvierten sin afán de estar siempre allá arriba y a cualquier precio. Son y existen, y son lo que hacen. Pasan treinta o cuarenta años y parece que no corre el tiempo. Y los ves por las calles y te traen buenos recuerdos. Algo queda de ellos en nosotros, antes nenitos inquietos y curiosos que se subían a un banquito y le daban clic al interruptor. Entonces, un puntito en medio de la pantalla aparecía y se agrandaba hasta que las imágenes ondulantes se estabilizaban y comenzaba el buen rato. Figuras estables y coherentes como estable y más coherente era la vida.
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