lunes, 4 de mayo de 2015
CUESTA
Costó tener revolear la primera pierna fuera de la cama. Afuera estafa frío, pero eso no lo era todo. Me esperaba el flash informativo, aquel que debo ingerir para no vivir por fuera de la realidad, ese que me cuenta lo mal que anda todo, sea cual fuere el canal que lo propague. El gato está enroscado en sí mismo, lejos de los humanos. El panorama no es digerible; los precios seguirán subiendo… aquellas leyes que le llegan a uno y no al otro, los personajes que debaten en la pantalla sin tener idea de qué hacer una vez que lleguen. Una chica invita desde una playa dorada. Otro hombre, enfundado en varios abrigos pero feliz, saluda desde lejos con un puente de fondo. Ni siquiera puedo llegar hasta allí, preso en éste sistema de zanahorias que van por delante de uno. Hace frío, tanto que ni la cafetera calienta al agua. Quiero ronronear como el gato y quedarme, hace tanto tiempo que eso no me pasaba. Es como si una pesa colmada de preocupaciones no dejara arrancar es motor insignificante que tenemos en el pecho. Tomo aire y me apresto a salir a la calle donde circula gente y chicos con menos ropa encima que yo. Esquivo aquel carrito desvencijado de tracción a sangre. En las noticias, tres chicos que jugaban no sé qué tipo de competencia terminaron mal. Quisiera hablar ya mismo con alguien, pero están todos corriendo detrás de lo mismo que todos. Agarro un anotador y repaso la lista de mis allegados; nadie con quien contar. Dudo que soporten mis ataques de realismo anticipado. Al menos cobré el sueldo, lo que me va a permitir pagar cada semana para que alguien preste sus orejas.
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