viernes, 21 de agosto de 2015

TIZIANO

Tiziano tiene tres años y ve pasar los autos a toda velocidad por la autopista, más allá de la alambrada. Todos los días en los que no va al merendero sale de su casita de madera y chapas con su remera oscura y pone los deditos entre los tejidos del cerco. Así se entretiene horas y horas. En la foto difundida a los medios se lo ve así, pantalón corto y la remerita oscura que heredó de algún hermano mayor, o del vecino ese que todas las tardes se trepa a las montañas de basura de José León Suárez. En los días claros, al niño le llegan los sonidos de los ladridos de los perros desde el distrito vecino. Y cuando mira hacia el cielo en los días que le toca el comedor, sabe que una silueta blanca surca el cielo dejando detrás un chorro de humo blanco. En verano, Tiziano mira las camionetas y los coches cargados de gentes y de equipajes que van en dirección al sur. El nene no pregunta, corre por la tierra del pasillo y crece en altura hasta ver que entre los alambres de su límite y aquel asfalto corre un ancho hilo de agua. A veces, una máquina amarilla clava sus garras en esa zanja y saca yuyos y animales muertos. El nene lo imita con la mano y hace un charquito en la tierra. Remueve el barro y run, run, run. Cada tanto, Tiziano ve llegar camionetas blancas y desde ellas emerge algún señor de traje. Atrás, una comparsa de personas sonriendo regala cosas… su mami estira la mano para conseguir lo que sea. Cada dos años, una chatita con parlantes dice cosas que él no alcanza a comprender. Pasa el tiempo, pasa para todos, los hermanitos ya son grandotes y vienen de vez en cuando. Papá se fue y no volvió, mamá ocupa el día dándole al pedal de la máquina de coser. Tiziano ya tiene dieciocho, y el rumbo del punto negro que traza el cielo ya no es uno, sino decenas. Trepa al colectivo 555 de madrugada y muchos como él lo toman en dirección a la estación de trenes para ver qué obtienen. Las tardes son iguales, las casas ya no son de chapa y van hacia arriba como rascacielos. A Tiziano le gusta una chica del barrio, pero nada más. La máquina amarilla viene de vez en cuando y colgados de unos postes afloran cámaras que vigilan el perímetro. Un día juega al Loto y alcanza a recuperar lo invertido en dos meses de apuestas. Alrededor, muchos nenes a los que les cuelgan los mocos le hacen acordar a él. Tiziano participa de una manifestación y recibe un bastonazo. Comprende a los golpes, que los pobres le vienen bien a los que no son pobres pero que irritan e incomodan cuando exigen un poquito por sus derechos. Tiziano deja el cochecito y camina cincuenta metros hasta que encuentra un hueco entre los alambres. Por ahí se cuela. El agua del arroyo de las máquinas corre rápido y un policía toma mate en la patrulla caminera. El nene se agacha y ve su cara en las aguas. Levanta la vista y observa los coches de siempre, los aviones de siempre, las sonrisas de los carteles siempre, pero lejos de su realidad. Ve su futuro en el 555, que todavía existe en el año 2031. Sube la cuesta y divisa la quema y lo de siempre, lo de siempre, lo de siempre. Y vuelve a bajarla para sentir el fresco del agua, que no es tan fresca como creía. El agua le cubre la remerita negra y le trae recuerdos de cuando aún no nacía. Por la tarde, su cara sale en todos los canales como un perdido más y al día siguiente, su desconocida historia provoca la verborragia de los movileros. Y todo sigue igual, y seguirá igual, como siempre.

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