martes, 16 de junio de 2015

LET´S DANCE

El chiquito escuchaba la radio de madera a válvulas que estaba sobre la heladera. Ocurría los sábados por la tarde mientras la mamá planchaba y el papá no estaba. Del parlante salían bossasnovas, algún tango y música caribeña de esas que son para los novios. Ya más grandecito, el tango de salón invadió sus oídos y lo aceptó sin chistar. También y por elección de otros, conoció músicas y canciones melosas con organitos evanescentes de fondo; era lo que danzaba la gente de baja cultura, según decían. Del folklore nacional ni hablar, no lo soportaba y aún le crea alguna resistencia. Es que la música popular cuando habla de las bondades de la tierra entonadas por músicos que saben que no es así, da un poco de cosa. El chamamé se imponía en esa casa de litoraleños. Cuando recitaban esos gauchos de cuchillo a la cintura era como si estuvieran en el pasillo imponiendo autoridad. Muy pronto, en casa apareció un tocadiscos y unos long plays de los Beatles que quedaron gastados de tanto girar. Era eso en casa, y al pasar por las disquerías, la música disco mandaba al aire trompetas y bajos, y se bailaba puertas adentro para después defenestrarla en público. Ya en la adolescencia, la mezcla de sonido de aquí y de allá le dejaron en la cabeza una mezcla muy difícil de discernir, pero pronto comenzó a llegar la claridad. Comenzaban los ochentas y la new wave sumada al reggae y al rock sinfónico en caída formatearon una de sus fases cerebrales. Lo que vino después fue confuso. Boliches para levantar chicas, bailongos de toda música para conocer chicas. -¿Cómo escuchás esa cosa? Le preguntó un amigo mientras pintaba una pared del patio y María Callas cantaba en medio del calor de la tarde. -Bueno, si no te gusta pongo a Stevie Wonder. Y la tarde transcurrió. Terminó el disco de soul y entrada la noche volvió la ópera.

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