miércoles, 12 de febrero de 2014

GUERRA CIVIL

Cincuenta metros antes comencé a notar que la anciana no me sacaba los ojos de encima. Estaba de pie en el umbral de su casa en una tranquila calle del barrio. Era domingo. Yo caminaba de la mano conversando con quien me acompañaba. Cuando me estaba por cruzar con la señora me interceptó con un acento conocido. “Yo también era pegaa a mi padre de niña”. No era andaluza ni madrileña, sino gallega, y se puso a hablar sola. De su infancia, de su padre, de su adolescencia, del estallido de una guerra entre hermanos y nuevamente, de su padre. Ella era la mayor de sus tres hermanas, pero la preferida del jefe del hogar, un comerciante y ganadero próspero que nada quería saber de Franco. En su pueblo, no recuerdo cual, era apuntado y respetado al mismo tiempo. La joven, que ahora es vieja, se paseaba orgullosa por las calles, aún pasadas las diez de la noche. Su altivez y carácter hundían en la tierra a soldados y capitanes, a los que no les quedaba otro remedio que reírse y alejarse entre bromas. El padre de la doña, hoy ya bisabuela, murió en la segunda mitad de los años ´40 y ella como tantos, abordó un barco, bajó en el puerto y trabajó hasta conseguir esa casita donde hoy, sus hijos y nietos charlan en el comedor mientras ella busca con quien conversar en la vereda. De su infancia y de su padre, mucho. De la guerra, poco y nada. Su patria adoptiva, parece ser, borró aquellos años de miedo. En los fondos de la vivienda vive una pareja de viejitos, italianos. Alberto fue aviador de guerra, y lo cuenta con naturalidad. Mantener el timón mientras con el otro puño dispara contra otros aviones. Su esposa, en algunas ocasiones, grita al cielo pidiendo por favor no más bombas. En el departamento de adelante vive otra pareja de españoles cercanos a la jubilación. En ellos y en sus hijos se ve una mirada más relajada, solo alterada por las obligaciones de cada día. Nunca explican las razones de su llegada a la Argentina pero no es difícil deducir por lo que pasaron. Las matemáticas dicen que atravesaron la guerra civil y que una vez terminada pasaron penurias hasta conseguir lo suficiente para cruzar el océano. Ahora estaban acá, disfrutando de la vida. ¿De qué hablarán por las noches, cuando los chicos se duermen? Difícil adivinar el futuro, pero da un poco de miedo cuando quien está enfrente dice: “Si las cuentas no se saldan, si no hay Justicia, el país nunca saldrá adelante”. La expresión, cargada de seseos tiene fundamento en boca de ese juez. Después, la entrevista irá y vendrá por diferentes lugares de la historia reciente. Al final, cuando va quedando poca cinta en el carretel vuelven la guerra, las décadas de silencio, el mirar para el otro lado, ese que no duele. Afloran los deseos de un mundo moderno, el consumismo y el olvido. Y la sentencia vuelve a la mesa: “Créame, cuando los países no curan sus heridas, no salen adelante. Tropiezan una y mil veces y cada derrumbe es peor que el anterior”

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